Viéndolo desde el espejo retrovisor, está más que claro que la pornografía es usada como una forma de control político.

Solo tienen que hacer que pensemos en el sexo y lograrán que dejemos de pensar cómo están restringiendo nuestras libertades individuales.

Dudo que las mujeres hayan sido vistas siempre como meros objetos sexuales. Tuvieron que sexualizar a las mujeres. Revistas como la Playboy se encargó de desnudar a la “vecina de al lado”. Eso pasó muchos años atrás. Ahora están sexualizando a los niños. Luego serán los animales y finalmente la cerca que divide tu casa.

La idea es que no pensemos en ninguna otra cosa más que no sean en nuestros genitales y en tener relaciones de corto plazo.

Playboy cambió los hábitos de la generación (baby boomer) lo que dió por resultado un caos sexual y familias destruidas.

Playboy fue presentado como “pensamiento moderno”. Pero en retrospectiva podemos ver que fue una sofisticada reingienería social. Con fervor mesíanico, Playboy llevó el mensaje de liberación sexual al hombre quien, en las décadas de los años 1950 y 1960, todavía consagraba el sexo para el matrimonio. Pero esa susodicha libertad sexual fue mera ilusión. El propósito de Playboy, el propósito de todos los pornografos, fue enganchar a los hombres en la fantasía de las revistas ilustradas.

Para hacer esto, tenían que impedirles que encontraran la verdadera satisfacción en el matrimonio. En palabras de Judith Reisman: “Playboy fue la primera revista nacional para explotar los temores de los hombres universitarios hacia las mujeres y hacia el compromiso familiar. Playboy se ofreció a sí misma como un substituto confiable y cómodo para el amor monógamo heterosexual.” (“Soft Porn Plays Hardball”, pag. 47)

Mi experiencia

Con la aparición de la pubertad, a la edad de 11 años, las fotos de mujeres en revistas mostrando el escote o las piernas tenían una cualidad mágica para mi. Pronto después, mis amigos estaban robando ediciones de Playboy de los puestos de revistas y del mismo modo me sentí tentado.

En lugar de ello, con algo de inquietud, me acerqué a mi padre. En aquellos tiempos que todo lo que se oía era que “el sexo es natural, la represión es mala” y sin ninguna guía, él me brindó una copia. Pronto me convertí en subscriptor a la revista.

La decisión de mi padre contribuyó a incrementar mi confianza en él. Pero tuvo el efecto de hacer que la lujuria ocupara el lugar del amor en mi imaginación. El sexo era amor sublimado. Imaginaba que el sexo era algo que ocurría entre dos creaturas perfectas en desvanes aislados. Las páginas centrales con chicas despampanantes llenaron mi mente con asombro e intimidación casi religiosos.

Playboy empaquetó esta religión del sexo. Ya no había interés en saber cómo eran las mujeres en realidad como seres humanos con defectos. Los temas del amor, el matrimonio, los hijos y envejecer juntos en pareja fueron dejados de lado. No había nada al respecto de la verdadera masculinidad y la feminidad. La religión del sexo era curiosamente asexual.

Sin embargo, se apoderó de mi subconciente. Mis sueños eróticos a menudo involucraban fotos de Playboy. Puedo identificarme, aunque en términos moderados, con el testimonio compartido la semana pasada por uno de nuestros lectores que escribió acerca de que prefiere el sexo servido como pornografía que a tener sexo con una mujer de verdad.

Las Mujeres de Verdad Son Invisibles

Las mujeres que no sean bonitas se hacen invisibles. No podía tomarlas en serio. Mi primera esposa tenía una apariencia promedio. Ella me había hablado como dos veces antes de que fuéramos vecinos de cubículo en la biblioteca de la universidad. No guardo ningún recuerdo de estos encuentros.

La fijación en la belleza física se convirtió en algo castrante. ¿Cómo podía abordar a una mujer cuando solo me fijaba en lo exterior? Las mujeres atractivas adquirieron estatus de diosas. Yo las ponía en un pedestal. Actuaba bastante necesitado. No podía relacionarme con las mujeres y verlas nada más como a seres humanos.

Perdí contacto con mi identidad masculina, con mis sentimientos y con mis facultades críticas. Quería amor pero no sabía cómo conseguirlo.

Fuí parte de la revolución sexual, perte de una generación de víctimas de la moda sexual. A pesar del ejemplo de mi padre, no pude emular el eterno modelo de masculinidad. En este modelo, un hombre dirige y cuida a su mujer y a sus hijos a quienes ama.

Inconcientemente, los hombres y las mujeres todavía buscan esta clase de relación. Pero con el feminismo, que se trata nada más de una filosofia lesbiana que le enseña a las mujeres a ser hombres y vice-versa, ambos sexos están perdidos en la actualidad. Durante mi juventud y temprana adultez perdí mi identidad, mi objetivo o motivacion. Pasé mi tiempo buscando el sentido de la vida en movimientos sociales y en la religión oriental.

Me casé con la mujer de apariencia promedio porque NO estaba obsesivamente atraído a ella. Estaba harto ya de ser gobernado por mis deseos. Ella era una feminista y tenía una carrera, permitiéndome así ir tras la búsqueda de mis propios intereses. Eventualmente, como resulta inevitable, estaba hambriento por más.

Me enamoré de una jovencita insegura quien jugó con mi idealización de belleza manteniendo una fachada. Me divorcié de mi esposa y viví con esta mujer por seis años. Por mucho tiempo, ella me fascinó. Mi amor consistió en dar, con la esperanza de asegurarme su amor. El amor maduro es demandante, ella habría respondido a esto.

El crónica de mi vida te puedo decir que salí despacio y dolorosamente de mi inmadurez y desarrollo interrupido. Ahora estoy felizmente casado porque descubrí mi identidad masculina. Un hombre no puede ser gobernado por su deseo de tener sexo y tener amor. Un hombre es un agente de Dios, que crea un Nuevo Mundo, la familia. Esta es su tarea, su propósito que le da sentido a la vida. Una mujer alcanza la plenitud de su existencia siendo la pareja de su hombre y el medio para conseguir este propósito de la vida.

Me perdí la oportunidad de tener una familia normal. Tengo nada más un hijo de mi primer matrimonio. Los ingenieros sociales se anotaron una victoria conmigo y muchas con otros hombres al igual que yo.

Ahora, Todos Somos Adictos al Sexo (En Cierto Grado)

En la heterosexualidad normal, el sexo es reservado para el cortejo y la etapa de procreación. Con la paternidad, el sexo se vuelve menos importante y eventualmente se hace casi irrelevante en términos carnales, pero sí muy importante términos espirituales. Gracias a la pornografía, estamos siendo sometidos a una re-ingienería para comportarnos como homosexuales, para no casarnos y para no tener hijos.

En lugar de desear formar una familia, buscamos nada más tener sexo. Tener sexo de aquí hasta la tumba con múltiples compañeras sexuales. Sexo. Por todos lados donde mires. Todo el tiempo. Sufrimos de un desarrollo interrumpido con una fijación adolescente sobre nuestros genitales y nuestra apariencia. Nos pasamos nunca de la etapa del cortejo, sin madurar y sin desarrollarnos nunca como se debe.