Recientemente vi una caricatura animada japonesa llamada Mi Vecino Totoro. Aunque está orientada a los niños, esta película me recordó el poder del arte para re-afirmar, refrescar e inspirar. Fue un recordatorio de lo que se no ha sido negado.

Escrita y dirigida por Hayao Miyazaki en 1988, el filme describe la interacción entre dos hermanas, Satsuki y Mei, además de los espíritus de los bosques en un área rural cerca de Tokio en 1957.

Muchas cosas acerca de esta película me fascinaron. Aún no recuerdo cuando fue la última vez que retratada la inocencia. Estas niñas son inocentes, especialmente la menor, Mei. El amplio abanico de reacciones emocionales hábilmente comunicado a través de sus expresiones faciales me recordó que el arte nos hace más humanos al recordarnos lo que es universalmente humano. Las emociones de un niño resonaron en mi, un hombre adulto ya.

Rara vez veo emociones humanas reconocibles retratadas en las películas – pérdida, anhelo, esperanza, amor. Listaría más pero he olvidado cuáles eran. Estamos cansados.

El padre de las niñas, el Sr. Kusukabe, un profesor de arqueología está actuando como un padre soltero. La Sra. Kusukabe está en el hospital. Me encantó la manera en que este padre trataba a sus hijas, con tal paciencia y respeto. Me gustó el mundo en que vivían, donde podía bañarse con sus dos hijas sin vecinos fisgoneando y llamando al Servicio de Protección de Menores haciendo pedazos la puerta para entrar.

Este mundo es inocente. La cultura está intacta. La gente sabe la diferencia entre lo que es saludable y lo que es enfermizo y malévolo.

Cuando Mei sale por su cuenta a visitar a su madre, no tenemos que preocuparnos de que sea secuestrada o abusada sexualmente. Cuando Satsuki va a buscarla, todo el mundo es cortés, se muestra interesado y brinda su ayuda. A pesar de que Japón acaba de salir de la última guerra, la cultura se halla intacta.

Satsuki llama al espíritu del bosque Totoro para que le ayude. A cambio, le envía un gato gigante del doble de un bus. Me encantó que estas criaturas fueran benignas. No había temor a amenaza.

Compara esto que te vengo contando al trauma o inmundicia que encuentras hoy en las películas actuales para niños. Tomemos por ejemplo a Bambi donde la madre es asesinada por cazadores o Encontrando a Nemo donde su familia es devorada por tiburones. Madagascar, por otro lado, está repleto de referencias homosexuales.

Si deseamos una sociedad saludable, los medios masivos de comunicación tienen que apoyarse en valores saludables. Llámame ayatola, pero yo prohibiría la pornografía, la depravación y la violencia. ¿Por qué es que ellos pueden imponer su inmoralidad en nosotros, pero nosotros no podemos imponer la moralidad en ellos?

Se nos ha lavado el cerebro para rechazar la noción de Satán o Satanismo, pero nuestra sociedad esta poseída satánicamente. Lo puedes ver nada más ahí presente en la obsesión con el sexo y el dinero, además de la aceptación de la depravación, la obscenidad y la violencia. Jaja, esto mis amigos, para nada es ningún accidente o casualidad, tampoco se trata de una evolución de nuestra tolerancia a todas estas aberraciones, no, no y no, nada de eso. Esta es una política deliberada de la Élite Financiera o Illuminatis como los identifican otros, es un culto satánico que controla los medios de comunicación y todo el sistema en el que vivimos.

El derrame petrolero en el Golfo de México es un símbolo de los agentes tóxicos que están bombeando a nuestras mentes y almas. Tampoco parece que podamos ponerle fin a este derrame.

Incluso la Internet se ha convertido en una fuente de irritación. Por todos lados se oyen alertas del fin del mundo y el apocalipsis, en lugar de inspirarse con música gratuita o imágenes maravillosas en Flickr.

Un anunciante en una radio de Jazz siempre suele despedirse en sus anuncios con la frase: “Piensa cosas lindas”. Esto es la mitad de la batalla para salvar nuestras almas. Todo es cuestión de saber en qué enfocamos nuestra atención.

Me sorprendió mucho como ver esta película de “Mi Vecino Totoro” me vigorizó. Me sentí desintoxicado y animado. Me recordó que mi alma necesita alimento, no solo la mente y el estómago.