La semana pasada sugerí que la revolución sexual fue realmente homosexual en su caracter y marcó un severo daño social y un declive cultural. El celebrado “Kinsey Report” (1948) escrito por el gay pedófilo Dr. Alfred Kinsey, convenció a los estadunidenses que la libertad sexual es saludable y normal.
La semana pasada sugerí que la revolución sexual fue realmente homosexual en su caracter y marcó un severo daño social y un declive cultural. El celebrado “Kinsey Report” (1948) escrito por el gay pedófilo Dr. Alfred Kinsey, convenció a los estadunidenses que la libertad sexual es saludable y normal. Hugh Hefner basó PlayBoy en las presunciones de Kinsey y convención a los hombres que deberían de sustituir el amor por la lujuria. Más tarde, en este mensaje, voy a describirles el efecto que esto tuvo en mi vida.
Tal como Mathew Arnold destacó, la cultura requiere la subordinación de los instintos animales a los ideales espirituales. Específicamente, la cultura esta basada en definir la sexualidad en el marco del amor que conduce al matrimonio y a la procreación. La mayoría de homosexuales parecen ser incapaces de encontrar un amor duradero y en su lugar se involucran en una promiscuidad sexual extrema. Sus activistas, como el Dr. Alfred Kinsey, quiren hacer ver como “normal” este estilo de vida degradante de la condicion humana espiritual.
Con las feministas, trabajan juntos para promover el libertinaje sexual y destruir la heterosexualidad, la familia y la cultura misma. Un ejemplo de su influencia es el precipitado declive, desde 1960, del prestigio social otorgado a la maternidad acoplado con el colapso de los índices de natalidad.
Todos somos víctimas y sufrimos las consecuencias perversas de la sustitución del amor por la lujuria en nuestra cultura. Muchos vivimos en familias separadas, divorciadas, sin conocer a alguno de nuestros padres, con nuestros padres peleando todo el tiempo, siendo víctimas de la violencia doméstica. El enfoque de la sociedad “moderna” en la apariencia y la juventud nos impide encontrar un amor que sea para toda la vida. Hemos perdido la visión de lo que nos conviene y el resultado es un desarrollo emocional reprimido y una obsesión pornográfica con el sexo en aumento. Esta enfermedad esta destruyendo la vida de millones de personas en todo el mundo tal y como estuvo a punto de destruir la mía.
En el despertar de mi adolescencia, a la edad de 11 años, las revistas de mujeres mostrando decorosamente sus piernas y sus manos tenían una cualidad mágica para mí. Muy temprano, mis amigos comenzaron a robar revistas PlayBoy de los estantes y yo incluso me sentí tentado a hacerlo. En lugar de eso, con cierta malicia, abordé a mi padre. En el espíritu de aquella época, (“el sexo es natural, la represión es mala”) y sin ninguna guía él me compró mi primera revista. Luego me volví adicto y me suscribí a la PlayBoy.
La decisión de mi padre incrementó enormemente mi confianza en él. Pero tuvo el efecto de hacer que la lujuria tomara el lugar del amor en mi imaginación. El sexo sustituyó al amor verdadero. Me imaginaba que el sexo era algo sagrado que tenía lugar entre creaturas perfectas en lugares sagrados. Las bellas mujeres “playmates” llenaron mi mente con casi un asombro y fascinación religiosas.
PlayBoy hizo del sexo una religión. No había interes en saber cómo eran las mujeres en la realidad. Los temas del amor, el matrimonio, los hijos y la ancianidad no tenían cabida. No había nada acerca de la verdadera masculinidad y feminidad. La religión del sexo era curiosamente asexual.
Sin embargo, como endemoniado poseyó mi subconciente. Mis sueños eróticos a menudo involucraban imágenes de PlayBoy. Las mujeres que no eran bellas se volvieron invisibles. No las podía tomar en serio. Mi primera novia era una chica promedio. Ella me había hablado como dos veces antes de que fueramos vecinos en la biblioteca de la universidad. No guardo muchas memorias de esos encuentros.
Mi fijación en la belleza física era sicológicamente obsesiva. Cómo podría yo acercarme a alguien cuando solo me centrata en lo superficial? Las mujeres atractivas me recordaban a diosas místicas. Las ponía en un pedestal. Era un cobarde necesitado. Había perdido mi toque con mi identidad masculina, mis sentimientos y mis facultades críticas. Quería encontrar el amor pero no sabía cómo conseguirlo.
Fui parte de la revolución (homo) sexual, parte de una generación de víctimas de la moda sexual. A pesar del ejemplo de mi padre, no podía hacer propio el modelo de la eterna masculinidad en mi. En este modelo, un hombre lucha por encontrar y dirigir a una mujer y a los hijos con ella que él ama. Inconcientemente, los hombres y las mujeres estamos aún buscando esta clase de relación. Pero con el feminismo, una filosofía lesbiana que les enseña a las mujeres a ser hombres, y vice-versa, ambos sexos están perdidos. Yo, por ejemplo, no tenía identidad, ni metas o alguna motivación en la vida. Pasaba mi tiempo buscando en la escena social o en la religión oriental.
Luego tuve otra novia una chica bien parecida, pero no despampanantemente atractiva ya que NO estaba obsesivamente atraído a ella. Estaba harto de dejarme llevar por mis impulsos bestiales de mis deseos. Para mala fortuna mía, era ella feminista y tenía una profesión, lo que permitió perseguir mis propios intereses. Eventualmente, de forma inevitable mi apetito por más apareció.
Me enamoré de una mujer insegura que fingía mi idealización de belleza interpretando una máscara. Me separé de mi novia y viví con esta mujer por seis años. Por largo tiempo, ella me fascinó. Mi amor fue totalmente devoto, en la esperanza de asegurar su amor. El amor madura es demandante; ella habría correspondido a eso.
Posterior a eso, gracias a mi interés en los estudios sobre la seducción, las relaciones personales y la sicología poco a poco salí de mi dolorosa inmadurez y desarrollo emocional reprimido. Ahora soy capaz de tener relaciones felices porque descubrí mi identidad masculina. Un hombre no puede permitir que impulsos animales como el deseo sexual dirija su vida. Un hombre es un agente espiritual en este mundo para crar un nuevo mundo a través de la familia. Este es el deber de un verdadero homre, lo que la da sentido y propósito. De igual modo la mujer encuentra su sentido con su pareja y a este fin.
Irónicamente, la androginidad celebrada por los homosexuales y las feministas se encuentra únicamente en las parejas heterosexuales. Solo la unió espiritual (amor) puede satisfacer el deseo sexual. Por esta razón, las mujeres tan solo bellas físicamente no logran cautivarme del todo.
En conclusión, veo la heterosexualidad más en términos espirituales que en términos físicos. El sexo recreacional entre mujeres y hombres asexuados lleva a cualquiera a convertirse en un homosexual. Transforma al sexo en pornografía y obstruye el desarrollo personal. Con gran rapidez esta destruyendo nuestro entramado social y nuestra cultura. Por otro lado, la heterosexualidad es la unión amorosa del espíritu masculino y femenino. El deseo heterosexual brinda amor lo cual impulsa al matrimonio, a los hijos y a la creación de la cultura.